COLEGIO MARÍA CRISTINA PARA HUÉRFANOS DE INFANTERÍA DE ARANJUEZ (Madrid, España)

Área de identidad

Tipo de entidad

Institución

Forma autorizada del nombre

COLEGIO MARÍA CRISTINA PARA HUÉRFANOS DE INFANTERÍA DE ARANJUEZ (Madrid, España)

Forma(s) paralela(s) de nombre

Forma(s) normalizada del nombre, de acuerdo a otras reglas

Otra(s) forma(s) de nombre

Identificadores para instituciones

Área de descripción

Fechas de existencia

1872-1936

Historia

El Colegio María Cristina de Aranjuez acogió a los hijos e hijas huérfanos del Arma de Infantería y se subvencionó con los ingresos de la Asociación que para este fin habían creado los integrantes de este cuerpo. Antes de establecerse el colegio en este Real Sitio, había estado ubicado en Toledo en el Palacio de Santa Cruz, pero debido a las malas condiciones en que se encontraba el inmueble y a la falta de recursos de la Asociación para poder repararlo, la reina María Cristina, viuda de Alfonso XII, cedió a la Dirección General del Arma de Infantería el edificio que se había construido en Aranjuez, en 1758, para cocheras, caballerizas y habitaciones de los empleados de la reina madre Isabel de Farnesio, entre las calles Capitán, Rey, Gobernador y San Antonio. Las obras habían sido dirigidas por Jaime Márquez, maestro y director de muchos trabajos en este Real Sitio, bajo el cuidado del duque de Medinasidonia, caballerizo mayor de la Reina.

El local, que fue parcialmente destruido en 1808 durante la invasión de Napoleón y reconstruido poco más tarde, se organizaba en torno a dos patios cuadrados con dos cuerpos diferentes, lo que favoreció la adaptación del edificio, destinando un espacio para ser ocupado por los niños y otro por las niñas. Ambos se educaran en el mismo lugar, pero sin trato ni convivencia alguna, la educación era totalmente independiente solamente se veían una vez al mes en caso de que tuvieran hermanos en el otro lado del edificio.
El centro se inauguraba el 29 de enero de 1887, después de que se hubiera firmado una escritura de convenio y obligación entre D. Fernando Primo de Rivera, director general del Arma de Infantería y una representación de los vecinos de Aranjuez, con el alcalde Joaquín Gullón a la cabeza. En ella, los vecinos de este Real Sitio, conscientes de los beneficios que esta empresa les podía reportar, contribuyeron con 60.000 pesetas para las obras de adaptación del edificio, de las cuales pagarían 20.000 un mes después de la firma y las 40.000 restantes en ocho plazos de 5.000 pesetas cada uno. La cláusula quinta de la escritura establecía la obligatoriedad de que el centro permaneciera al menos ocho años en Aranjuez, en caso de que no fuera así tendrían derecho a reclamar la cantidad anticipada.

Para ingresar en el colegio, la madre o los tutores de los alumnos presentaban una instancia a la Asociación que admitía directamente a los que eran huérfanos de padre y madre; el resto eran inscritos en una lista de aspirantes, siendo llamados para ingresar por riguroso orden de inscripción. El número de alumnos de ambos sexos admitido estaba en relación directa con el espacio y sobre todo con el dinero con que contase la Asociación para poder cubrir los gastos de alimentación, vestuario, clases, libros, etc. En el año 1892 había en el colegio 318 niñas y 200 niños y, además, aquellos huérfanos con enfermedades contagiosas o discapacitados física o psíquicamente quedaban al cuidado de sus familias, recibiendo una pensión de 0,75 pesetas diarias hasta los veinte años.

Dependiendo de la edad, los alumnos ingresaban en la escuela de párvulos o en primaria y una vez finalizada la instrucción elemental optaban por las distintas opciones que podían realizarse en el centro, entre las que se encontraban la preparación para el ingreso en las Academias Militares, Bachillerato Elemental, preparación para el ingreso en Correos y Telégrafos o bien el aprendizaje de artes y oficios en sus propios talleres. Sin duda, la carrera militar fue la más solicitada en un centro como este, con una plantilla formada casi íntegramente por militares 13 y cuyo principal objetivo era inculcar en los alumnos el espíritu castrense.

Para esta carrera existían dos vías de acceso: directamente, recibiendo en el colegio una buena y dura preparación para el examen de ingreso con un horario muy rígido; o a través de la Compañía de clases, creada con el fin de dar algún movimiento a los grupos de mayor edad de la escala de aspirantes y proporcionar una salida más a los huérfanos. Ésta era, sin duda, una salida importante para estos alumnos, teniendo en cuenta que el ejército necesitaba engrosar sus filas y nadie mejor que ellos para valorar y dignificar esta profesión.
Los que no deseaban la carrera militar optaban por la enseñanza secundaria que cursaban en el colegio, pero después debían ir a examinarse al instituto San Isidro de Madrid del que dependían. Una vez finalizada la secundaria podían realizar magisterio, aduanas, penales, telegrafistas, etc.
También se podía optar por el aprendizaje de algún oficio, por lo que se crearon varios talleres entre ellos una imprenta, que comprendía también litografía y encuademación, y otros como fotografía, sastrería, zapatería, carpintería, etc. Quienes preferían cursar los estudios al lado de sus familias recibían una pensión para poder realizarlos.
La imprenta fue, sin duda, el taller más apreciado pues, a la vez que permitía aprender este interesante oficio, fue una excelente fuente de ingresos debido a los trabajos realizados para dentro y fuera de la localidad. La maquinaria había sido cedida por la Dirección General de Infantería y con ella realizaban todos los trabajos solicitados por éste y otros cuerpos militares así como por distintas empresas que solicitaban sus servicios. De hecho, desde su creación en 1890 su recaudación había sido una ayuda fundamental para el sostenimiento económico del centro. Entre los huérfanos que habían elegido este oficio estaban los que se dedicaban a ello como profesión, que pasaban prácticamente todo el día en la imprenta, y los que estaban aprendiendo el oficio que solamente acudían las horas establecidas por la dirección.
Amparo Donderis nos señala que una vez hecho el cómputo de los cinco primeros años de vida del centro, de 949 alumnos que aquí se habían instruido, 96 habían ingresado en la Academia General Militar; 1 en la de Infantería de Marina; 112 obtuvieron la categoría de sargentos; 44 hicieron el bachiller; 4 realizaron la carrera de Magisterio; 1 la eclesiástica, 2 la de telégrafos y 67 salieron con licencia y pensión para cursar estudios con su familia 14. El número de huérfanos, aunque ya era numeroso, fue aumentando a consecuencia de las guerras de ultramar, por lo que en el colegio de Aranjuez empezaron a surgir los primeros problemas de espacio. Para solucionarlos decidieron la vuelta de los varones a Toledo, restaurando para este fin el Cuartel de San Lázaro al que se trasladaron en octubre de 1897. Desde este momento, el colegio quedaba para uso exclusivo de las niñas La educación de las niñas fue diferente a la de los niños. En primer lugar las Hermanas de la Inmaculada Concepción de la Sagrada Familia que habían llegado desde Burdeos en el año 1879, fueron las encargadas de hacerse cargo de la educación de las huérfanas en lugar del personal militar que se había hecho cargo del de los niños. Por otro lado, los contenidos, objeto de aprendizaje, también siguieron derroteros distintos.
Las niñas ingresaban a la edad de siete años y empezaban a cursar la enseñanza primaria. En esta enseñanza se daba una importancia especial al aprendizaje de las labores, las cuales podían ser elegidas como un oficio a partir de los catorce años. Con este fin se tenían habilitados cuatro talleres, bajo la dirección de las señoras de los jefes y oficiales, donde debía coserse toda la indumentaria del colegio: prendas de vestir para señora y caballero, ropa blanca, bordados y otros adornos así como el repaso y planchado de toda la ropa limpia. Además, repasaban y zurcían toda la ropa de la sección de niños.
Las labores fueron, por tanto, algo más que una asignatura, representaban un oficio, una profesión, en definitiva, una forma de vida. Las alumnas que habían elegido ser bordadoras de profesión le dedicaban seis horas diarias de práctica más una de dibujo lineal aplicado a las labores o al corte de prendas. Para que estuvieran más incentivadas podían, incluso, vender las piezas realizadas e ingresar el dinero en una cuenta personal de la Caja de Ahorros. Las que habían elegido la costura a máquina o ser costureras de profesión realizaban su aprendizaje en dos años. Había una máquina de coser para cada tres alumnas, y podían realizar trabajos para fuera del colegio. A partir de los catorce años se les daba también clases de cocina e incluso iban a la compra con las hermanas para saber los productos que debían comprar y la forma de economizar al hacerlo. La cortesía y la urbanidad ocuparon también un lugar importante en su educación, unido todo a una severa disciplina que presidía la vida en el centro.
Aquellas alumnas que, a juicio de la superiora, estuvieran capacitadas para continuar estudiando, podían cursar la carrera de Magisterio o prepararse para ser institutrices. Las que tuvieran cualidades, podían elegir la música como profesión, y dedicaban cuatro horas de estudio diario y una más de prácticas en los pianos del colegio. Seguían el método del conservatorio con el objeto de presentarse a los exámenes oficiales.
En caso de tener que salir del centro para obtener sus títulos se les ayudaba con la misma pensión que tuvieran establecidos los huérfanos. Así, de las 265 huérfanas que había en el año 1891, 55 terminaron la carrera de Magisterio y 9 la de música; 8 aprendieron el oficio de floristas, 9 el de bordadoras y 8 el de costureras; 42 disfrutaron de licencia y pensión para seguir la carrera al lado de sus familias; 10 tomaron el hábito de religiosas y 8 contrajeron matrimonio. Como señala Amparo Donderis, el centro "ejerció una gran labor educativa sobre unas niñas que, en caso contrario y debido a su situación familiar, no hubiesen podido optar a ningún tipo de instrucción, salvo el que procura el aprendizaje diario de la vida en el hogar materno" 15. El colegio siguió funcionando en este Real Sitio durante todo el siglo XIX y buena parte del XX.

Lugares

Estatuto jurídico

Funciones, ocupaciones y actividades

Mandatos/fuentes de autoridad

Estructura/genealogía interna

Contexto general

Área de relaciones

Entidad relacionada

HERMANAS DE LA SAGRADA FAMILIA DE BURDEOS (1820-)

Identifier of related entity

ES-28079-AGP/RA-3221902

Categoría de la relación

jerárquica

Fechas de relación

Descripción de la relación

Entidad relacionada

María del Pilar (sfb) (fl.1916)

Identifier of related entity

ES-28079-AGP/RA-147749

Categoría de la relación

pertenencia

Fechas de relación

Descripción de la relación

Área de puntos de acceso

Puntos de acceso por materia

Puntos de acceso por lugar

Profesiones

Área de control

Identificador de registro de autoridad

ES-28079-AGP/RA-3221595

Identificador de la institución

ES-28079-AGP

Reglas y/o convenciones usadas

Estado de elaboración

Final

Nivel de detalle

Completo

Fechas de creación, revisión o eliminación

Patricia Barrero (2019-04-15 creación)

Idioma(s)

  • español

Escritura(s)

  • latín

Fuentes

PASCUAL HERNANSANZ, Alicia., Leer, escribir, contar y rezar. La escuela en los pueblos de Madrid en el el siglo XIX, Madrid: Comunidad de Madrid. Conserjería de Educación. Dirección General de Ordenación Académica, pp. 83-87. On line: http://www.madrid.org/bvirtual/BVCM001388.pdf (última consulta: 15-04-2019)

Notas de mantención

  • Portapapeles

  • Exportar

  • EAC

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